Nuestro mundo es cambiante. La postmodernidad ha estimulado cambios en la manera como se asimilan las ideas y los conceptos. Hoy vivimos en un mundo que no reconoce la condición absoluta de la verdad divina. No entiende por qué a alguien se lo puede llamar pecador. No ve la necesidad de “un mundo imposible”, de un Cielo perfecto. Ante un mundo que se comunica mejor mediante imágenes, nos corresponde aprender su lenguaje de comunicación. ¿Hay un criterio con el cual empezar? ¡Por supuesto!
La filosofía ministerial identificada con el eslogan “contemporáneos en el estilo, conservadores en la doctrina” se atreve a hacer lo que es eficiente, lo que es eficaz, pero ante todo, lo que es bíblico. Otros fieles que también proclaman la verdad de Dios tienen por dicho que el mensaje no se cambia, sino es el mensajero el que se adapta. Aprovechar este espacio para la innovación es una manera de hacerse “siervo de todos para ganar mayor número”. Dios es un Dios creativo. Cuando la tierra estuvo desordenada y vacía, el Creador la ordenó y la llenó con Su creatividad. Así como en la naturaleza, en la revelación escrita también notamos la creatividad de Dios al comunicarse con el hombre por medio de una diversidad de autores y con una diversidad de estilos literarios. Toda esta creatividad divina da lugar a nuestro propio espacio para promover cambio y novedad. Atrevámonos a introducir cosas nuevas, pero sin violentar la verdad de la Palabra de Dios.
«Adaptemos nuestro método al objetivo de Su Contenido.»
Los maestros y predicadores debemos dar paso a la creatividad en nuestra comunicación. Pero hemos de hacerlo considerando la seria advertencia divina: ¡No alteres la Palabra! La creatividad no debe entrar en el contenido de la enseñanza, sino en la comunicación de ella. Recordemos, el mensaje no se cambia, es el mensajero el que se adapta. Si no hacemos así, terminaremos avergonzados en el día del Señor.