El pastor Gustavo Zepeda habló de una «revolución del alma para amar a Dios», y la definió como un cambio intenso que conlleva transformación. Dijo que el grado de revolución está igualmente vinculado a una pasión por Dios. Fue entonces cuando presentó uno de sus primeros argumentos: que no podemos corresponder apasionadamente al amor que Dios nos tiene, a menos que de continuo estemos conociéndolo. De ahí que al final de su exposición caló su propuesta de que “rompamos con nuestros o nuestras amantes” (identificando como “amante” a cualquier cosa o persona que nos distrae de estar conociendo más y más a Dios).
No se ama a un desconocido… a quien estamos conociendo, estamos amando. En lo que a la persona de Dios se refiere, amarlo a Él está totalmente vinculado a adorarlo a Él. Cuando Jesús increpó a la samaritana acerca del verdadero culto a Dios le dijo: “Vosotros adoráis lo que no conocéis; nosotros adoramos lo que conocemos.” (Juan 4.22 LBLA). ¿Has reflexionado recientemente en las virtudes de la persona de Dios? ¿En cuál de ellas te concentraste esta semana? ¿Habrá sido en su gracia o en su misericordia? ¿En su santidad o en su justicia? ¿Acaso fue en su fidelidad o en su provisión?… Yo estuve pensando en su perdón. ¿Y sabes qué? Ahora yo SE que lo conozco un poquito más… lo suficiente como para SENTIRME “revolucionándome” en mi amor por Él… LO SE… LO SIENTO… Cuando conocemos a Dios, lo adoramos. Me emociona mucho saber que en la eternidad ya no creceremos ni en carácter, ni en habilidades, pero si creceremos en conocimiento!!! Por una eternidad amando más y más a aquel que es digno de ser conocido… al único que merece eterna adoración!