En La Palabra tenemos principios y dirección clara para una relación exitosa entre cónyuges, padres, hijos y hermanos. En ellas aprendemos que el matrimonio, más que sobre el amor, se basa en la Voluntad de Dios. El fundamento del matrimonio, y por tanto de la familia, tiene que colocarse por encima de las intenciones o capacidades humanas; debe edificarse sobre el Señor. El Señor mismo instituyó la familia. El matrimonio es el compromiso, entre un mismo hombre con una misma mujer, “hasta que la muerte los separe”. Este compromiso debe distinguirse por una armonía creciente en todos los ámbitos relacionales, primero entre cónyuges y después con sus descendientes. En pocas palabras, matrimonio = compañerismo leal y fiel.
Uno de los testimonios más poderosos de la realidad de Dios en una congregación son las familias fuertes que la integran. El compromiso, la amistad y la sexualidad pura son tres pilares fundamentales que deben promoverse para un matrimonio funcional. Promoviendo la unidad y la armonía en el hogar, y aún la primacía de la familia ante las actividades ministeriales mismas, estamos construyendo hogares cada vez más representativos de matrimonios sólidos y bíblicamente funcionales.
La humanidad debía jugar un papel importante para señorear sobre la tierra. Dios quiso que la primera pareja viviera como rey y reina, en completa armonía, participando juntos en el gobierno del paraíso que Él creó para ellos. En Cristo, Dios nos ha restaurado esa capacidad para regir. Los cónyuges y sus hijos o hijas deben aceptar la misión bíblica que Dios les ha encomendado. Las iglesias cristianas deben estimular y respaldar la ayuda que mutuamente se ofrezcan entre familiares que desean ser dignos “señores” de Dios en el mundo.
- ¿Cómo podemos promover mayor compromiso de los miembros hacia su propio seno familiar?
- ¿Qué prácticas básicas no se deben de perder, sino más bien mejorar?
- ¿Qué papel juega la iglesia en equipar a sus miembros hacia una relación familiar próspera?