¡El amor de Dios fue depositado en mi corazón! Así como Él nos ama, nosotros también amaremos. Podremos hacerlo porque es el Espíritu Santo quien nos mueve a ello… Así que lo que corresponde a un creyente es amar a Dios y a su prójimo “con todo”.
Duele mucho cuando escucho a alguien decir que “no importa lo que hayas hecho ni lo que hagas de ahora en adelante porque la salvación no es por obras”. Duele. Le duele a Dios. ¿Acaso no nos debería doler también a ti y a mí? Si yo soy receptor del amor extravagante de Dios, la respuesta espiritual es que yo le ame a Él “con todo” (Lucas 7.47), no que ahora “puedo hacer lo que yo quiera”. Si yo soy beneficiario del amor exorbitante de Dios, la respuesta espiritual es que yo ame a mi prójimo “con todo” (1 Juan 4.20), no que puedo tratar a los demás “como yo quiera”. Así que concluyo que a Dios le importa mucho lo que yo hago. En primer lugar porque él me amó tanto que me perdonó. En segundo lugar, porque sabemos bien que a Él si le importa mi amor tanto por Él como por mi prójimo. A Dios le importa, le interesa, le alegra, le glorifica… que yo no sea ni frío ni tibio, sino cálido en mi amor.
Dios no ama tanto, pero tanto, que dio a Su Hijo por ti y por mí. Tanto, que también nos dio Su Espíritu. Estoy determinado a responder con un amor cálido, recordando que hemos sido aceptados como “ofrenda encendida” para Dios (Comparar Filipenses 2.17 con Levítico 2.2). Viene también a mi memoria 2 Timoteo 1.6 y el momento de aquella noche de hace exactamente 14 años. Mi corazón dice entusiasmado: Si Señor, lo haré ¡Para honra de tu Nombre!