Padre que estás en los Cielos: Te doy gracias por crearme, por mis seres amados, por darme la fe para creer en tu sacrificio. Por mis fatigas y por mis fuerzas. Por mis fracasos y por mis triunfos, por mis pérdidas y por mis ganancias, por lo vivido y lo no vivido. Por siempre contestar mis oraciones. Por mi actual estado físico y por el futuro. Por este día y por los que me des. Por lo agradable y lo desagradable. Por mis pastores, por tu Palabra, por tu iglesia y por tu Espíritu en mí. Pero sobre todo esto, por Tu inmenso amor y porque un día estaré en Tu misma presencia para adorarte por la eternidad.
Consciente de mi maldad y mí insuficiente devoción a Ti, te pido que aumentes mi fe, que tengas misericordia de mi y sanes mi cuerpo y mi alma de todo mal, que me ayudes a terminar lo que me has encargado y proveas para nuestro sustento y para ser de bendición a otros, que me libres del mal que me rodea y ensanches mi prestigio en esta tierra, para que viva delante de los hombres adorándote y sirviéndote. Corrige en mí lo equivocado y Te alabaré con un recto corazón. Ante ti y por ti, me someto a Tu voluntad con gratitud y reverencia y me abandono a ella hoy y los días que Tú me des. Amén.
Uno de mis mejores amigos compartió conmigo esa oración, su oración de este día. Me uno a ella.
Hace un días, después de una jornada de oración, el Señor me despertó en la madrugada poniéndome a buscar una Palabra para mí en Isaías 50. De entrada me cautivaron los versículos 7 al 11, pero sin comprenderlos. Un día después el Señor me hizo concentrar en el versículo 10 (y me recordó que otras veces me ha pedido lo mismo con los Salmos 7:8, 26:1-3 y 139:23-24). Desde entonces he estado al pendiente de un rayo de luz, de aprender a depender de Dios en la ya prolongada prueba con el asunto de las puertas. Ayer martes hubo un destello, pero hoy miércoles, este amigo, sin saberlo, me estaba mostrando un gran rayo de luz en medio de la oscuridad. 🙂