Muy a principios de los 70’s, “Love Story” (Ryan O’Neal, Ali McGraw) ganadora de un Oscar, con 13 nominaciones y 11 premios más, logró que se popularizara la expresión «Amar significa no tener que decir nunca ‘lo siento'». El impacto de desatinadas declaraciones como esa ha sido tal que, aun hoy, una tercera generación continúa heredando una percepción distorsionada del amor, del arrepentimiento y del perdón. La verdad es que el único exento de no tener que pedir perdón es Dios. La Palabra nos enseña que todos nosotros, hombres y mujeres, somos pecadores y es imposible que dejemos de pecar. Somos una raza caída, pero por los méritos de Cristo, Dios mismo toma iniciativa para ofrecernos perdón y efectivamente perdonarnos cuando respondemos con fe aceptando que Jesucristo padeció la cruz, murió y resucitó para darnos salvación y vida eterna en el Cielo. Así, reconciliados con Dios, somos también llamados a restaurar nuestras relaciones interpersonales SIEMPRE (esto es, cada vez) que sea necesario. ¡Esto es amor! Amar significa procurar la paz cada vez que uno de mis hermanos o hermanas se sabe o se siente que nosotros hemos ofendido o perjudicado.
Con el tema “Unidad intencional”, el pastor Alfonso Faraj nos presentó una atinada base para que practiquemos firmemente el amor hacia la comunidad de la fe. La tesis partió de afirmar que el compromiso mutuo garantiza las buenas amistades (lo cual por supuesto también aplica en mi relación con Dios, en mi relación con mi cónyuge, en mi relación con mis líderes, etc.!!!). Este compromiso “de pacto” provoca que un amigo esté dispuesto a mostrarse como tal aún a costa de sacrificio, complementándose la tesis con una respuesta de parte del beneficiado a cuidar de la amistad precisamente para darle permanencia. Me pareció que la práctica del amor que se nos propuso tuvo su centro en que dichos compromiso, sacrificio y permanencia deben impulsarnos a no archivar rencores, sino a perdonar. El perdón es pilar para dar soporte a la unidad de quienes formamos una comunidad de fe. El antiguo refrán hebreo dice que “el sabio pasa por alto la ofensa”. Desde este punto de vista, entonces, los raspones ni siquiera necesitan vendas. Amar significa perdonar siempre.
En aprecio al énfasis que el mensaje tuvo con relación a la persona que debe perdonar, añado ahora unas líneas para referirme a la persona que debe pedir perdón. Ya se dijo mucho, debemos cuidarnos de no comportarnos como “archivadores” de ofensas, disgustos y resentimientos. Pero en el otro extremo debemos también cuidarnos de no poner una cara de “yo no fui”. Tan difícil nos puede resultar perdonar como pedir perdón. Dios nos ayude pues tenemos instrucción Suya para ambas cosas. “El humilde nunca pierde”, así que no debemos vacilar en tomar iniciativa de pedir perdón si nos enteramos que hemos ofendido a alguien. Y si no nos habíamos enterado antes, pero ahora nos vienen a decir que ofendimos… ¡cuidado! Detrás del “no lo quise hacer” puede haber una buena dosis de manipulación. Detrás del “no tengo conciencia de haberlo hecho” puede haber una señal de insensibilidad y falta de cortesía. Puede ser. Y aún si no lo es, el sabio sabe que un secreto para mantener la unidad en amor es escudriñarse a sí mismo. Sugiero, entonces, con la misma fuerza, que cuando alguien nos confiese una situación, nos cuidemos mucho de justificar nuestra actitud o comportamiento, y respondamos mejor con un “ayúdame a comprender mejor por qué te sientes así conmigo”. Estoy de acuerdo, mis raspones ni siquiera necesitan ser vendados por el ofensor… pero en cambio, las heridas que provoco en otros, yo mismo debo buscar suturarlas. Amar significa pedir perdón siempre.