El enamorado estaba dispuesto, a montones. Una y otra intención, una y otra palabra, una y otra acción, por muchas que parecieran, no le bastaba para destapar su amor. Intentaba cada manera ocurrente para hacerle ver a su hermosísima pretendida que la amaba con un delirio indescriptible.
Dispuesto a hacerla suya, encontró manera para ofrecerle a ella que sus afanes y desequilibrios quedarían desvanecidos, cual el bello nacarado ajuar, inarrugable e incólume, que sería lucido en el altar. Quedaba claro que aquel enamorado, con vigorosa disposición, pretendía declamar insistentemente sobre la belleza, la capacidad, y la especial compañía de aquella que sería suya para siempre.
–“No tengo ataduras” –confesó. “Estoy libre para compartir una eternidad contigo. ¿Quieres?”
Es esa clase de fusión donde los sentimientos y los pensamientos quizás intentan estar de acuerdo para aplaudir juntos las ganas de gritar… ¡Sí!
En realidad, cada uno de nosotros, cual aquella que responde al amor, querrá responder a un amor supremo, a uno realmente inigualable. Dispuesto a declamarte su mejor poema, el Supremo Enamorado encontró la manera de expresarlo: “Dios amó tanto a la gente de este mundo, que me entregó a mí, que soy su único Hijo, para que todo el que crea en mí no muera, sino que tenga vida eterna.” Hay un libro que solo trata del amor, y que ha incluido ese poema. Es «El libro de la buenas noticias, según las cuenta San Juan», en el capítulo tres, versículo dieciséis.
Hoy, ese Enamorado Dispuesto, que ha demostrado con su vida, muerte y resurrección, que te ama tanto, ofrece una eternidad de amor a su lado. Lo hace porque Él hizo posible que tus afanes, desequilibrios, errores y debilidades, fueran perdonados todos. Mediante la fe en Él, te ofrece una vida para aprender a disfrutar de Su amor. Cree que Jesús por amor a ti vivió, murió y resucitó para perdonarte, y vivirás eternamente.
Basado en Efesios 5:25-30, en ocasión de la boda de Soad y Mario.