Como ciervo sediento en busca de un río, así, Dios mío, te busco a ti. Tengo sed de Dios, del Dios de la vida. ¿Cuándo volveré a presentarme ante Dios? Día y noche, mis lágrimas son mi alimento, mientras a todas horas me preguntan: “¿Dónde está tu Dios?” Cuando pienso en estas cosas, doy rienda suelta a mi dolor. Recuerdo cuando yo iba con la gente, conduciéndola al templo de Dios entre gritos de alegría y gratitud. ¡Qué gran fiesta entonces!
¿Por qué voy a desanimarme? ¿Por qué voy a estar preocupado? Mi esperanza he puesto en Dios, a quien todavía seguiré alabando. ¡Él es mi Dios y Salvador!
Me siento muy desanimado. Por eso pienso tanto en ti «desde la llanura, al pié del Merendón» (ctx). Se escucha en los precipicios el eco atronador de tus cascadas; los torrentes de agua que tú mandas han pasado sobre mí. De día el Señor me envía su amor, y de noche no cesa mi canto ni mi oración al Dios de mi vida. Le digo a Dios, mi defensor: “¿Por qué me has olvidado? ¿Por qué tengo que andar triste y oprimido por mis enemigos?” Hasta los huesos me duelen por las ofensas de mis enemigos, que a todas horas me preguntan: “¿Dónde está tu Dios?”
¿Por qué voy a desanimarme? ¿Por qué voy a estar preocupado? Mi esperanza he puesto en Dios, a quien todavía seguiré alabando. ¡Él es mi Dios y Salvador!
Salmo 42 con Salmo 43.5 DHH
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